lunes, 12 de noviembre de 2012

La Universidad en abierto El autor abraza la llegada de cursos gratuitos por Internet, pero reclama prudencia y reflexión


El pasado mayo, en un congreso sobre tecnologías en la educación superior en Estados Unidos, uno de los conferenciantes se preguntaba cuál debía ser la respuesta de una universidad de nivel medio cuando le planteaban la necesidad de ampliar su oferta con un nuevo curso, cuando una de las grandes universidades ya ofrecía el mismo curso gratis por
internet. La pregunta distaba mucho de ser retórica, puesto que en aquel momento ya habían eclosionado los llamados MOOC, de Massive Open OnLine Courses, cursos universitarios gratuitos a través de internet. Todo ello ocurría en un contexto en el que en Estados Unidos, con más de seis millones de estudiantes en línea, los fuertes recortes presupuestarios habían llevado a considerar seriamente la formación en línea como una posible solución para satisfacer la demanda de educación superior. En ese momento también se publicaron estudios que demuestran que no hay sensibles diferencias en el aprendizaje, rendimiento y resultados de los estudiantes en línea con respecto de los presenciales.

El recibimiento dispensado a los MOOC ha sido diverso y va entre muestras de alborozo, por parte de los defensores a ultranza de lo abierto que los ven como un tsunami para el sistema universitario, y el escepticismo de una parte del mundo académico. Algunos de los críticos apuntan que esto de aulas masificadas ya lo han vivido tanto en su época de estudiante como de profesor, la única diferencia ahora vendría de la mano del enorme número de estudiantes involucrados, de una parte y, de la otra, del medio empleado, internet en este caso. Otros críticos apuntan también que no tienen nada de innovador y, que en todo caso, podrían tener de positivo el hecho de que indujeran a una profunda reflexión sobre todo el sistema universitario. Y es que, por lo menos, podrían obligar a huir de la consabida práctica que refleja una cáustica reflexión realizada por un profesor americano en los años veinte cuando aseguraba que la universidad era el lugar donde los apuntes del profesor iban directamente a los apuntes de los estudiantes sin pasar por el cerebro, ni de uno, ni de los otros.

Una práctica que, por otra parte, hace más de una década ya recibió un golpe de gracia con la iniciativa, impulsada desde el MIT de abrir, a través de internet, sus contenidos educativos a todo el globo. Una iniciativa que recibió el nombre de Open Course Ware (OCW) y que en poco tiempo recibió la adhesión de universidades e instituciones de todo el mundo, entre ellas la UOC y la red Universia, hasta el punto de que acabó por convertirse en un consorcio, el OCW Consortium. Con todo, no se ha conseguido disipar la sospecha de que la operación del MIT no fuese, simple y llanamente, una operación de puro marketing. Posiblemente tenía un fuerte componente en este sentido, pero también era fruto de una reflexión sobre los beneficios asociados a compartir recursos. Mejorar a partir de la colaboración fue precisamente la razón que llevó a la UOC a incorporarse a este movimiento desde el primer momento, abriendo sus contenidos e incorporándolos, de forma progresiva, a su modelo de acompañamiento.

De hecho, la del MIT no fue la única iniciativa en este sentido, sino que era una más entre muchas otras que se agrupan bajo el nombre común de Open Educational Resources (OER) o Recursos Educativos en Abierto. En Europa, el movimiento tomó forma propia, con actuaciones como la Declaración de Berlín sobre el Acceso Abierto. Y es que los recursos abiertos son esenciales para entender la eclosión de los MOOC, que no dejan de ser una evolución natural de los primeros.

Sin duda los MOOC abren una nueva ventana a la formación superior, facilitando el acceso a centenares de miles de estudiantes de todo el planeta. También pueden y deben servir como un revulsivo para el sistema universitario, sobre todo para poner en valor el acompañamiento que las instituciones universitarias, sean del tipo que sean, deben ofrecer al estudiante, puesto que difícilmente esta tarea podrá ser substituida por la realizada en un aula en la que conviven decenas de miles de alumnos y en la que el modelo de aprendizaje y seguimiento es automatizado. Lo que no parece razonable es empezar a lanzar MOOC sin una profunda reflexión previa.

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