Aunque normalmente se conmemore el día 10, no es hasta las dos de la madrugada del 11 de enero de 1929 que moría Mella en un hospital mexicano, el mismo en el que fallecería también su compañera Tina Modotti años más tarde. El revolucionario cubano dejaba atrás una obra sin precedentes para su corta edad y marcaba el rumbo para un marxismo autóctono, ajeno a los estrechos dogmas que lastraban al movimiento obrero internacional.
Quizás la mejor cualidad de Julio Antonio haya sido la herejía, primero contra el papel burgués que se esperaba de un joven de su clase, luego contra el mayor dictador que había sufrido Cuba hasta entonces y finalmente contra los esquemas que se autoimponía el propio movimiento comunista.
En su tiempo el movimiento obrero internacional respondía expresamente a las orientaciones procedentes de Moscú, por lo tanto la creación de un marxismo latinoamericano y cubano aunque imprescindible, contradecía directamente la política vertical de la Internacional Comunista. Mella fue testigo de esto.
Lejos del estereotipo de militante ortodoxo y disciplinado, nunca acató las normas que no consideró factibles y esto le conllevó numerosas dificultades, quizá el primer encontronazo fue su expulsión del partido comunista. En un caso de increíble falta de previsión política los cubanos expulsaron deshonrosamente a su miembro de más renombre, irónicamente la razón de su expulsión era a la misma vez la primera victoria que obtenía el pueblo cubano en su lucha contra el tirano: la huelga de hambre con la que Mella desafió a Machado.
El joven tuvo que marcharse a México para huir de la represión machadista, allá el partido azteca lo recibió con los brazos abiertos pese a las misivas que llegaban desde Cuba calificándolo como “perfecto y descarado saboteador de los ideales comunistas”, llegó incluso a sustituir temporalmente al secretario general en 1928.
Luego del VI Congreso Mundial de la Internacional Comunista comenzó una tendencia ultraizquierdista que no tardaría en llegar a América Latina, con esta el estalinismo terminaría por dominar todos los aspectos del movimiento comunista en el orbe. Mella no era muy ortodoxo en su proceder, en Moscú pudo tener contactos con la Oposición de Izquierda, en sus escritos calificó a Trotsky como “poderoso ejemplar de la raza humana” mientras omitía continuamente Stalin. Si tenemos en cuenta que la limpieza interna contra el “peligro de derecha” durante la década del treinta sería con sangre, no es vano especular que quizás el joven cubano no la hubiera sobrevivido.
El pensamiento de Mella integró la vertiente marxista clásica con el pensamiento antimperialista martiano, buscando al igual que su contemporáneo Mariátegui, una creación heroica con características propias. Los últimos días del joven cubano son muestra de la imposición de una corriente de pensamiento con tintes estalinistas sobre el marxismo autóctono que proclamaban Mella y Mariátegui.
Antes de morir se planteó la renuncia al partido comunista mexicano, optó por la lucha armada a contrapelo de que esta era mal vista por Moscú y para ello creó la ANERC, una organización con membresía supraclasista que también contradecía las indicaciones de la Internacional Comunista. Teniendo esto en cuenta no es muy difícil precisar el rumbo que tomaba el revolucionario cubano.
La herejía que simbolizaba Mella en Cuba, tanto como Mariátegui en el Perú, vio su declinar con la muerte de ambos. La fecha del 11 de enero de 1929 fue uno de los hitos que provocó que el marxismo “profesional” sustituyera al marxismo creador y comenzara la época de los apparatchik en América Latina. El epílogo lo veríamos a finales de siglo, cuando la línea ortodoxa del movimiento comunista terminaría fracasando y el camino del socialismo autóctono tendría que ser retomado. La herejía terminaría por demostrar su validez.
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