domingo, 13 de abril de 2014

Una guerra corporativa contra la Educación Pública

Juana Carrasco Martín 

«Las universidades públicas regionales como USM (University of Southern Maine) son quizá el canario en la mina de carbón que es la educación pública, una mina de carbón que va a colapsar bajo el peso de la austeridad y la deuda». La afirmación es de Jason Reed, profesor de Filosofía de la USM y la hizo en declaraciones al sitio web Common Dreams hace apenas unos días.
La pequeña Universidad regional del estado de Maine inició una protesta, casi inédita en el contexto estadounidense más reciente, con acciones que rechazan los recortes presupuestarios, una situación común al sistema de enseñanza pública en la nación más rica del planeta.

El criterio del profesor Reed fue avalado por otro académico, David Osborn, miembro de la Asociación Norteamericana de Profesores Universitarios y titular en la Universidad Estatal Portland en Oregon, quien aseguró que las manifestaciones en la USM han apretado un nervio de la nación, donde la estructura de la sociedad es de «un modelo gerencial en el que las universidades son administradas incrementadamente como si fueran negocios».
Y en un negocio se busca ganancias. Por tanto, se suprimen cursos escolares y cesantean a profesores. Las drásticas medidas se iniciaron el 14 de marzo cuando la presidenta de la USM, Theodora Kalikow, decidió eliminar cuatro programas académicos y cesantear a 50 facultativos para reducir 14 millones de dólares del presupuesto de 140 millones que comenzaría el 1ro. de julio próximo.
Entonces, no se hizo esperar la respuesta estudiantil: además de retirarle el voto de confianza a Kalikow, ocuparon parte de un edificio universitario, realizaron sentadas y caminatas en los predios académicos y mantienen la movilización ante lo que llaman «la guerra nacional corporativa contra la educación pública». La decisión ya comienza a repercutir entre estudiantes y trabajadores del país.
La situación crítica abarca al sistema en Maine, pues también han ocurrido despidos de profesores en otras siete universidades de ese estado, y según Inside Higher Ed, desde el año 2007 son 520 los cesanteados y para este 2014 el personal será reducido en otros 165 educadores.
Otro problema evidente en USM es la merma de estudiantes. Desde 2004 los matriculados se han reducido en 19,5 por ciento, pues de 11 089 estudiantes de hace diez años, ahora solo 8 923 ocupan los asientos en los tres campus de la USM: Portland, Gorham y Lewiston-Auburn, según comentaba el diario The Portland Press Herald.
Para los primeros días de abril, el movimiento estudiantil que lleva por nombre #USMFuture ha convocado a nuevas manifestaciones en unión con profesores del plantel.

Parte de un mal sistema

En declaraciones a Common Dreams, una participante en la movilización aseguraba: «A través de todo el país hay un ataque a la educación y es realmente descorazonador». Para Brittany Goldych, las medidas extremas de la administración son especialmente devastadoras en una Universidad que dice sirve a la población pobre y la clase trabajadora y se preguntaba si los cuellos azules —como se les llama en Estados Unidos a los obreros— no merecen tener un grado escolar.
Según el Proyecto Delta Cost, del Instituto Americano para la Investigación, desde 1990 el costo del financiamiento de cuatro años de estudio para universidades y college públicos se incrementó en 160 por ciento.
Un reporte reciente de la organización pública Demos encontró que EE.UU. utiliza la recesión de 2008 para justificar la austeridad y los recortes a los fondos de la educación superior y de las universidades. En el sumario de ese informe se asevera: «En menos de una generación, nuestro sistema nacional de educación superior se ha convertido en un sistema de deuda-por-diploma —más de siete de cada diez estudiantes están endeudados para pagarse el college y se gradúan con una deuda promedio de 29 400 dólares».
El estudio apunta que en 49 de los 50 estados de la Unión —la excepción es Dakota del Norte— se gasta menos por cada estudiante que antes de la Gran Recesión de este siglo, y en 28 de ellos los recortes son de más del 25 por ciento. Esa poda de los recursos para financiar la enseñanza pública ha llevado a que en los últimos cuatro años el pago de los estudios se haya incrementado en 20 por ciento e, incluso, en Arizona y California se ha llegado a un astronómico 66 por ciento de aumento.
Otra cifra aportada por Demos revela que la cuenta de las escuelas públicas consume ahora más del 15 por ciento de los ingresos de una familia promedio en 26 estados y los gastos totales, que incluyen habitación y otros costos, en 23 estados se llevan un tercio de los ingresos familiares.
Con razón Susan Feiner, una profesora de Economía de la University of Southern Maine, aseguraba que la educación superior se estaba reservando para el 1% de los estadounidenses —la cúpula o élite de las clases—, clara alusión a las denuncias del Movimiento Ocuppy que comenzara en 2012 como expresión de la ira y la lucha del 99% de la ciudadanía no retribuida en el pastel de la riqueza.
Para muchos analistas, esta merma o imposibilidad de alcanzar estudios superiores está erosionando la relativa seguridad de llegar a formar parte de la clase media, un segmento poblacional que también se va reduciendo en el contexto social estadounidense, y a la vez impacta en la competividad tecno-científica del país frente a otras potencias.
Además, Demos considera que en el panorama de la economía de la nación pesa ostensiblemente la deuda cada vez más creciente de los graduados universitarios, la que ya alcanza un millón 200 000 millones de dólares ($1,2 trillones en el conteo estadounidense).

Y si hablamos del «color»

En el análisis de la deuda estudiantil, un estudio del College Board Advocacy and Policy Center apunta a que esta golpea con especial dureza a la población afroamericana, donde el 27 por ciento de los estudiantes de ese grupo étnico debe 30 500 dólares o más, comparado con el 16 por ciento de los estudiantes blancos endeudados.
Aunque hablamos de la educación superior, no resulta ocioso recordar un reciente trabajo publicado en Education Opportuniy Network, el cual afirma que Estados Unidos está choqueado por un nuevo informe del Departamento de Educación demostrativo de que el destino de la educación primaria en las escuelas públicas de la nación «está fuertemente determinado por la raza». Y añadía que no se necesitan esos datos del Departamento de Educación para despertar a la realidad de que «las escuelas en EE.UU. continúan discriminando a los niños de color».
Lo analizaba también el diario The New York Times cuando revelaba que «las minorías raciales son más propicias que los estudiantes blancos a ser suspendidos de la escuela, tienen menor acceso a clases rigurosas de matemática y ciencias, y son enseñados por maestros de bajos salarios con menor experiencia».
La agencia noticiosa Associated Press hacía otro tanto al reportar: «Los niños negros representan un 18 por ciento de los enrolados en los programas preescolares, pero casi la mitad de los alumnos suspenden más de una vez… Los datos muestran que los estudiantes negros de todas las edades son suspendidos o expulsados en una tasa que es tres veces mayor que la de los niños blancos».
Y no son problemas de indisciplina, sino de que reciben una educación inferior. Simplemente, junto a la disparidad de clases sociales, también se perpetúa la discriminación racial.
El New York Times anotaba sobre el estudio oficial que este había encontrado que «mientras más del 70 por ciento de los estudiantes blancos asistían a escuelas que ofrecían cursos completos de matemática y ciencia —incluido álgebra, biología, cálculo, química, geometría y física— solo poco más de la mitad de todos los discípulos negros tenían acceso a esos cursos. Solo dos tercios de los latinos acuden a escuelas con los cursos completos de matemática y ciencia, y menos de la mitad de los indios americanos y de los estudiantes nativos de Alaska son capaces de enrolarse como lo hacen sus pares blancos, en los cursos de alto nivel en matemática y ciencia».
¿Dónde está la solución a esa diferencia? ¿Quién o en dónde está la culpa? El informe del Departamento de Educación evita dar respuesta, porque sencillamente es una evidente voluntad del sistema mantener esa desventaja, esa desigualdad de oportunidades, que protege el status quo marcado por una frontera racial.

Titulares y adjuntos

Por otro lado, y volviendo al campus universitario, es cada vez más frecuente la práctica de disminuir el número de profesores titulares y hacer inestables esas posiciones en los claustros para aumentar los instructores y adjuntos, contratados por semestres o cursos, pero que pueden estar en esa situación durante años, con un salario menor y sin los beneficios de quienes poseen la plaza catedrática.
Creators.com publicaba a finales de marzo una crónica, firmada por el escritor y periodista radial Jim Hightower, bajo el título «El simbolismo de la muerte de una profesora adjunta». Dolorosa expresión de la vida de Margaret Mary Vojtko, «una oscura profesora de college», quien murió el pasado verano a la edad de 83 años.
Vojtko enseñó francés durante 25 años en la Universidad Duquesne, en Pittsburg, con gran reconocimiento por parte de sus alumnos, pero con una paga pobre y poco respeto de la entidad educacional.
Los adjuntos constituyen la mitad de los pedagogos en todos los college de EE.UU., comentaba el periodista.
El drama de Margaret Mary se completó el pasado año cuando redujeron sus horas de clase, empeoró su cáncer y aumentaron sus cuentas médicas, no tenía pensión universitaria, depauperó su calidad de vida, no pudo pagar las cuentas de electricidad y perdió la vivienda, pero nunca faltó un día a sus clases… «Hasta la primavera pasada. Fue cuando Duquesne la despidió».
«En agosto —relata Jim Hightower—, esta orgullosa educadora profesional fue encontrada desmadejada frente a la casa, había sufrido un ataque cardiaco masivo. Ella murió sin un centavo, desempleada… y literalmente con el corazón roto, cuando fue desechada por la universidad que la había usado durante 25 años».
Margaret Mary, sin embargo, estaba organizando la lucha sindical entre los adjuntos para lograr una mejor paga y trato, y escribió su historia en la Universidad donde trabajó. Ahora, se afirma que está más viva que nunca, porque se ha convertido en un emblema en la lucha, que es especialmente fuerte en Duquesne.
En Maine se preguntan ya si es oportuno incluir en las protestas esta realidad y exigir los derechos de los no titulares. ¿Será un cambio de tiempo?

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