El pasado mayo, en un congreso sobre
tecnologías en la educación superior en Estados Unidos, uno de los
conferenciantes se preguntaba cuál debía ser la respuesta de una universidad de
nivel medio cuando le planteaban la necesidad de ampliar su oferta con un nuevo
curso, cuando una de las grandes universidades ya ofrecía el mismo curso gratis
por
internet. La pregunta distaba mucho de ser retórica, puesto que en aquel momento ya habían eclosionado los llamados MOOC, de Massive Open OnLine Courses, cursos universitarios gratuitos a través de internet. Todo ello ocurría en un contexto en el que en Estados Unidos, con más de seis millones de estudiantes en línea, los fuertes recortes presupuestarios habían llevado a considerar seriamente la formación en línea como una posible solución para satisfacer la demanda de educación superior. En ese momento también se publicaron estudios que demuestran que no hay sensibles diferencias en el aprendizaje, rendimiento y resultados de los estudiantes en línea con respecto de los presenciales.
internet. La pregunta distaba mucho de ser retórica, puesto que en aquel momento ya habían eclosionado los llamados MOOC, de Massive Open OnLine Courses, cursos universitarios gratuitos a través de internet. Todo ello ocurría en un contexto en el que en Estados Unidos, con más de seis millones de estudiantes en línea, los fuertes recortes presupuestarios habían llevado a considerar seriamente la formación en línea como una posible solución para satisfacer la demanda de educación superior. En ese momento también se publicaron estudios que demuestran que no hay sensibles diferencias en el aprendizaje, rendimiento y resultados de los estudiantes en línea con respecto de los presenciales.
El recibimiento
dispensado a los MOOC ha sido diverso y va entre muestras de alborozo, por
parte de los defensores a ultranza de lo abierto que los ven como un tsunami
para el sistema universitario, y el escepticismo de una parte del mundo
académico. Algunos de los críticos apuntan que esto de aulas masificadas ya lo
han vivido tanto en su época de estudiante como de profesor, la única
diferencia ahora vendría de la mano del enorme número de estudiantes
involucrados, de una parte y, de la otra, del medio empleado, internet en este
caso. Otros críticos apuntan también que no tienen nada de innovador y, que en
todo caso, podrían tener de positivo el hecho de que indujeran a una profunda
reflexión sobre todo el sistema universitario. Y es que, por lo menos, podrían
obligar a huir de la consabida práctica que refleja una cáustica reflexión
realizada por un profesor americano en los años veinte cuando aseguraba que la
universidad era el lugar donde los apuntes del profesor iban directamente a los
apuntes de los estudiantes sin pasar por el cerebro, ni de uno, ni de los
otros.
Una práctica que,
por otra parte, hace más de una década ya recibió un golpe de gracia con la
iniciativa, impulsada desde el MIT de abrir, a través de internet, sus
contenidos educativos a todo el globo. Una iniciativa que recibió el nombre de
Open Course Ware (OCW) y que en poco tiempo recibió la adhesión de
universidades e instituciones de todo el mundo, entre ellas la UOC y la red
Universia, hasta el punto de que acabó por convertirse en un consorcio, el OCW
Consortium. Con todo, no se ha conseguido disipar la sospecha de que la
operación del MIT no fuese, simple y llanamente, una operación de puro
marketing. Posiblemente tenía un fuerte componente en este sentido, pero
también era fruto de una reflexión sobre los beneficios asociados a compartir
recursos. Mejorar a partir de la colaboración fue precisamente la razón que
llevó a la UOC a incorporarse a este movimiento desde el primer momento,
abriendo sus contenidos e incorporándolos, de forma progresiva, a su modelo de
acompañamiento.
De hecho, la del
MIT no fue la única iniciativa en este sentido, sino que era una más entre
muchas otras que se agrupan bajo el nombre común de Open Educational Resources
(OER) o Recursos Educativos en Abierto. En Europa, el movimiento tomó forma
propia, con actuaciones como la Declaración de Berlín sobre el Acceso Abierto.
Y es que los recursos abiertos son esenciales para entender la eclosión de los
MOOC, que no dejan de ser una evolución natural de los primeros.
Sin duda los MOOC
abren una nueva ventana a la formación superior, facilitando el acceso a
centenares de miles de estudiantes de todo el planeta. También pueden y deben
servir como un revulsivo para el sistema universitario, sobre todo para poner
en valor el acompañamiento que las instituciones universitarias, sean del tipo
que sean, deben ofrecer al estudiante, puesto que difícilmente esta tarea podrá
ser substituida por la realizada en un aula en la que conviven decenas de miles
de alumnos y en la que el modelo de aprendizaje y seguimiento es automatizado.
Lo que no parece razonable es empezar a lanzar MOOC sin una profunda reflexión
previa.
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