sábado, 13 de octubre de 2012

“Somos estudiantes, no clientes”

 
Alicia, la conductora rubia del autobús regional, saca la cabeza por la ventanilla del vehículo, parado a la fuerza durante un par de minutos. “Me parece muy bien rebelarse, qué quieres que te diga”. La mujer aguarda con paciencia a que los estudiantes retiren la pancarta en la que se lee: Somos estudiantes, no clientes. No al tasazo. “Imagínate, sería lamentable que no se quejaran ellos, que son el futuro”. De fondo se oyen los pitidos de los silbatos y de los coches: “¡El que no pite, no pasa!”, gritan los alumnos de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), movilizados esta mañana en el campus de Móstoles.


Han cortado de forma intermitente la rotonda situada delante del campus durante unos 20 minutos, hasta que llegan cinco agentes de Policía Nacional y vuelven al recinto. Se despiden con consignas como “un madero, 1.000 lapiceros” o “menos policía y más educación”. Llegan a alcanzar un centenar de personas. La Rey Juan Carlos, la última de las seis universidades públicas de Madrid en abrir, tiene poca tradición de movilizaciones. “Esto es un trabajo de base, hay que ir poco a poco”, reflexiona Juan Carlos Alarcón, estudiante de Políticas de la URJC, enfundado en la camiseta de la marea verde por la escuela públcia. La asamblea de estudiantes arrancó el noviembre pasado. “Esto no es como el campus de Somosaguas, aquello es otra cosa”, señala casi con envidia. Los estudiantes de Somosaguas de la Complutense, especialmente los de Políticas, son el sector más movilizado de la universidad madrileña.
Pero el caso es que Alcorcón, y otros compañeros, quieren andar su propio camino, protestar, rebelarse como decía Alicia la conductora. “Necesitas ir creando conciencia”, reflexiona el joven. Y, en el día en el que otros universitarios se concentran en distintas ciudades de España, los de la Rey Juan Carlos eligen la junta Gobierno de la universidad para su protesta. Si fuera por Alcorcón, habrían entrado en tromba, tras el recorrido por el campus de césped recién cortado y el intento de pasaclases (equivalente a un pasacalles pero en las aulas) en el que han ido protestando y pitando a lo largo de la mañana para intentar movilizar al resto de la comunidad universitaria. “Alumno, si no luchas, nadie te escucha” o “Un bote, dos botes, rector el que no bote”, les gritan a los que miran desde las aulas.

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Frente al Rectorado, mientras aguardan a ver qué hacen, se les une un grupo de alumnos con bata blanca. Han decidido dejar su clase de laboratorio, siguiendo a la profesora. “Nos han subido las tasas, hay menos profesores, esto se resiente”. Tania Pascual, de 19 años, espera conseguir beca este año. Si no, tendría que pagar 1.600 euros con un padre en paro, una madre mileurista y una hermana pequeña. Henar Renieblas, que estudia Periodismo y Comunicación y tiene 20 años, está en las mismas. Las tasas universitarias han subido una media del 66% tras el decreto aprobado por el Ministerio de Educación en mayo. Los 900 euros que pagaba Renieblas se han convertido en 1.400 este curso. Las cosas en casa también están apretadas, cuenta. Y le quedó una asignatura el curso pasado porque tuvo que trabajar como camarera y no tuvo tiempo para más. “Ahora las becas se dan por excelencia, no por renta. Espero que me la den”. Lo sabrá en diciembre. Asegura que se unió a la asamblea (la protesta del jueves la convoca Toma la Facultad) “primero por ideales y luego para informar”. Y en esas anda, con los recorridos césped arriba césped abajo, pitidos y consignas.
María Carmen, que pide figurar sin apellido, es de las pocos profesores que acuden a la marcha. “Han echado a muchos compañeros, nos hemos quedado a medio gas”, protesta. “Y lo peor son las formas…”. El pasado agosto, 11 docentes fueron despedidos de la universidad. Algunos se enteraron al llegar al cajero y ver un ingreso extra antes de que les llegara el burofax. No pudieron protestar porque el campus estaba cerrado por vacaciones. “Me sorprende que la gente no se mueva, estos chicos van a perder calidad de enseñanza con estos recortes”, prosigue la docente.
Frente a la puerta del Rectorado, los alumnos debaten si entrar o no. “Hay dos disensiones”, grita el del megáfono. Acuerdan no hacerlo, porque así se votó en la última asamblea. Así que pasan solo dos voluntarios. Melanie Werder, que ya ha entrado en una clase para repartir octavillas, se cuela en el Rectorado y sube a leer el comunicado y a grabar a los asistentes a la junta de Gobierno, el órgano de decisión principal de la universidad. En el escrito hablan de la “flagrante pérdida de calidad de la educación pública”, acusan a la junta de ser “cómplice” de las medidas de recorte y piden respuestas primero a los políticos por imponer esos recortes, después a las autoridades académicas por “comulgar” con ellos y a la universidad por “expulsar alrededor de 250 profesores de manera fraudulenta y amoral”.
“¡Eh, que los han retenido!”, grita un alumno. Los vigilantes no dejan salir a Werder y a su compañero. El director de seguridad de la URJC, Antonio Serrano, sale al patio y explica a la prensa con cierto aire ceremonioso que están revisando las imágenes “porque no se puede grabar en una junta de gobierno ni a una persona sin su autorización”. ¿Y qué opina de la protesta? “Las opiniones personales las dejo en el ámbito personal”. Al otro lado del teléfono, la estudiante Werder asegura que todo está bien, que ya le han devuelto sus cosas y que espera que les dejen salir sin necesidad de que pase la policía a tomarles los datos. Una chica coge el megáfono frente a la puerta: “Han retenido a dos compañeros. Todos al Facebook y al Twitter. Esto hay que distribuirlo por las redes sociales a tope”.

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